Fue en las semifinales de su propio Mundial y Brasil creyó por un momento que el fútbol, el deporte nacional, había tocado fondo y que a partir de allí comenzaría a repuntar.
Un martes 8 de julio del 2014, Brasil fue aplastado ante un máquina que se llamaba Alemania, una máquina que fue de menos a más durante el torneo y que terminó explotando ante los brasileños. El estadio Mineirao, ese que debía ser un lugar para festejar, se convirtió en un cementerio de millones de ilusiones.
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